Por Horacio Cárdenas Zardoni
El tema del agua es uno de esos que los sicólogos llaman de amor y odio para los saltillenses, y quizá también para coahuilenses de otros lados.
Lo hemos visto en películas, aunque también lo hemos presenciado alguna vez y hasta hecho, luego de una larga temporada de secas, o cuando el calor aprieta como suele hacerlo por estas latitudes, ante las primeras gotas de lluvia, la gente sale a que le caigan encima. Sobre todo niños, pero también gente mayor pone cara de felicidad, abre los brazos, procurando recibir la mayor cantidad de agua del cielo, antes que caiga a la tierra, que sedienta también, se la traga en un instante. Esa es la visión idílica, pero nos hemos sorprendido cuando aquí en Saltillo las personas se quejan de la lluvia: no a una, a varias mujeres les hemos oído decir que odian la lluvia porque “les enchina el pelo”, así tal cual, según ellas les echa a perder el peinado al que tanto cuidado supuestamente le han puesto ¿qué importa que no haya llovido en meses o años?, les importa más su apariencia del momento que la tragedia colectiva o el remedio a la misma caído del cielo; pero también hemos escuchado a cuates y cuatasquejándose de que el agua les ensucia el carro, ese que pueden no haberlo lavado en semanas, ah pero a la lluvia le echan la culpa.
Saltillo también tiene una larga tradición de personas que lavan la banqueta, la cochera y el patio encementado de su casa. Esta no es una costumbre nueva, seguro la heredaron de sus madres y abuelas, pero es de llamar la atención que, pese a los llamados del gobierno, de instituciones, de muchas fuentes para cuidar el agua, no, no pueden obviar el lavado del mosaico donde lo hay, y del vil cemento donde no. No se conforman con la humilde barrida, para que quede a su gusto hay que regarla, como si el primer vientecito, de los que hay a lo largo de todo el día, no lo fuera a dejar todavía peor, sobre todo si todavía estaba mojado el piso, pues el polvo se tiende a pegar, y otra vez, a necesitar agua, ahora a presión para quitarlo.
A pesar de los ojos de agua que todavía hay en el casco urbano, afloramientos naturales donde uno menos los espera, la realidad es contundente: en Saltillo y la región sureste de Coahuila hay poca agua, por lo menos en comparación con las necesidades de los habitantes, que cada vez somos más, y de las actividades productivas, muchas de las cuales, si no es que todas, demandan líquido para sus procesos.
Puestas así las cosas, era para que le tuviéramos un cariño especial al agua, pero no es el caso, nunca lo ha sido.
Ah cómo se batalló hace años para la construcción de la planta tratadora de aguas residuales. Al típico estilo del Saltillo de siempre, desde el proyecto se convirtió en botín de terratenientes ¿dónde la van a poner? ¿quién les va a vender el terreno?, ¿a cuánto les está dando el metro? ¿porqué allí y no en el terreno que yo les ofrezco más barato y más conveniente?, nada que no hayamos visto o de lo que nos hayamos enterado en demasiadas ocasiones. A pesar de que era un asunto prioritario, un asunto de ley, pues por aquellos años se hizo obligatorio a nivel nacional para ciudades de más de cierto número de habitantes, el tener una planta tratadora de agua. Se tardaron los años, se hicieron acreedores a multas, todo porque no iniciaban y luego no concluían con la planta famosa. Mucho tuvo que ver el asunto del dinero, pese a que había una fuerte inversión de recursos federales, cuando llegaba dinero de México para ciertas cosas, a fondo perdido, y aun así, Saltillo vivía su tradición, de dejar correr, dejar pasar… el agua.
Al final hubo planta tratadora, allí está, se supone que jalando como se debe, y procesando si no todas las residuales, por lo menos una buena proporción. El otro problema, o más bien promesa del asunto del tratamiento del agua tiene que ver con la utilización de la misma, y allí de nueva cuenta nos topamos con la mentalidad saltillerade siempre ¿Quién quiere comprar agua tratada para darle uso en sus procesos industriales?… nadie.
Todo el mundo a hacerse rosca con lo del agua tratada, nos imaginamos que sus traumas tendrá cada quien, cada director o cada ingeniero, que siente que el agua tratada carece de las mismas condiciones que el agua de la red o del agua de pozo, si es que lo tienen. Ha sido un vía crucis el asunto de la comercialización del agua, uno que es fecha que no llega al Monte Calvario.
Años y más años, gobiernos van y gobiernos vienen y nomás nunca terminan las obras para llevar el líquido tratado a sus posibles clientes. Igual se habla de inversiones fueres para el tendido de la tubería, para las cuales nunca quieren contribuir los beneficiarios, por muy necesitados y hasta urgidos que estén de una provisión constante de agua. Ni regalándoselas, son capaces de entrarle con un billete para la parte del tendido, así es bien difícil.
Pero a como se están poniendo las cosas en estos tiempos… habrá que entrarle o habrá que entrarle, siendo la tercera opción quedarse sin agua para sus procesos, y allá ellos deciden si se van de Saltillo y la región, si cierran esas líneas de producción, si se modernizan a sistemas cerrados, realmente son pocas las opciones. Aguas de Saltillo cuando llegó, no se tentó el corazón del que carece, para implementar sus ajustes, afectando económicamente a los usuarios, sobre todo domésticos, pero también a comercios e industrias. Eso fue con el primer contrato, cuando digamos que los pozos estaban rebosantes de agua.
Hoy que las cosas son diferentes, que como ellos mismos lo dicen, estamos en época de sequía, y están pensando en implantar un agresivo programa contra la misma, cabe preguntar si están dispuestos a hacer lo que sea necesario para que el agua que sale de la planta tratadora se incorpore a la que forma parte de la red, específicamente para actividades productivas de carácter industrial. Estamos hablando de grandes clientes, de grandes consumidores, que necesitan un suministro fijo que cada vez se les puede dar menos y a un precio reducido. Quizá habrá que comenzar a cambiar las actitudes de los saltillenses, y de los empresarios saltillenses respecto del agua: por una agradecer cuando llueve en vez de quejarse, dejar de desperdiciar tan alegremente como lo hacemos, y lo que importa aquí, aprovechar el agua tratada hasta el último de los litros disponibles. Ya no es por gusto, es a fuerza, o nada.