El horario de VERAMLO

ENRIQUE ABASOLO

Sin dar visos de agotamiento o la menor señal de que su administración vaya a aminorar su impresionante marcha, el mejor Presidente de México, anunció ya su nueva cruzada la cual emprenderá en contra de uno los peores azotes del pueblo bueno y sabio al que gobierna y representa: el Horario de Verano.

    Si de mí dependiera, hace mucho que habría mandado al cuerno esta modalidad, porque nunca he sido “morning person” y si un día tengo que madrugar (para lo que sea), me irrita muchísimo pensar que en un universo paralelo (sin cambios de horario) habría permanecido una hora más, todo pachoncito en mi cama; de manera que llego muy emperrado a todas partes y comienzo a tratar a todo el mundo con desprecio y hostilidad. Ya como a eso de las tres de la tarde (y si el almuerzo fue una experiencia satisfactoria) es prudente dirigirme la palabra.

    El horario de verano en México es casi tan viejo como yo: Aunque la mayoría de las fuentes sostienen que se comenzó a implementar en 1996 durante la presidencia del doctor Ernesto Zedillo, ya desde el sexenio del “Innombrable” se hicieron algunos ensayos.

    Sin embargo, la inquietud del hombre por manejar el tiempo con un diferente criterio durante los meses de mayor luz diurna, que durante los de otoño-invierno, se remonta hasta las civilizaciones antiguas:

    Se dice que los romanos inventaron algo mucho más ingenioso que lo que el régimen de los tecnócratas nos acomodó: Horas de diferente duración según la estación.

    Los días más largos las horas llegaban a durar más de 70 minutos, pero en las jornadas de menor duración, las horas eran de apenas 44 minutos, o así.

    ¿No sería maravilloso? Sí, quizás en verano pasaríamos más tiempo en la oficina (de cualquier manera hace mucho calor y en la oficina tenemos aire acondicionado) en cambio se nos compensaría en los meses posteriores, cerrando el changarro pasadita la hora de comer.

    Desde luego, la competitividad de un mundo moderno y complejo como el nuestro no nos permitiría regirnos bajo este sistema, como si fuésemos campesinos que se alumbran con velas hechas en casa, obligados a aprovechar cada minuto de luz solar que nos sea posible (y a resguardarnos durante la noche, porque no vaya siendo el hombre lobo).

    Pero es desde luego una mejor idea y mucho más elaborada que la simplonada de recorrer el reloj una hora hacia adelante y hacia atrás en abril y octubre, con toda la incomodidad, malestar e inconvenientes que ello implica (sobre todo en abril).

    Otra alternativa podría ser el incentivar a dependencias y comercios a cambiar sus horarios de servicio y atención al público, de acuerdo a la hora del ocaso y del amanecer. Hablamos, desde luego, de actividades no esenciales, cuyo ahorro energético y beneficios para su personal justificaran dicha práctica.

    Desde luego, sólo estoy especulando a partir de la información más a mano que encontré.

    Lo cierto es que durante décadas hemos padecido el horario de verano sin que se nos informe cuáles son los supuestos beneficios que arroja, ya sea para la economía del País o para las finanzas familiares.

    Cierto que hay una necesidad de homologarnos con el primer mundo, que por una coincidencia de esas, es nuestro vecino y principal socio comercial. Pero en honor a la verdad, tener un horario distinto a los gringos no va a matar ni nuestra economía, ni nuestras relaciones diplomáticas o de cualquier orden con los EEUU.

    Si los propios Estados Unidos tienen tres horarios distintos en su territorio, y México dos, además de que, durante algunas semanas, estados vecinos como Coahuila y Texas tienen una hora de diferencia y nada de esto ha desquiciado ni el comercio, ni ningún otro tipo de intercambio.

    Así que, en suma, me adhiero totalmente a la moción del Presidente López Obrador, para que el Horario de Verano sea erradicado de la faz de la Tierra o, por lo menos, borrado para siempre del territorio nacional.

    Sin embargo, una vez más, el Presidente estaría nuevamente y como de costumbre, abanderando una causa popular, pero sin ninguna clase de metodología, sustento técnico, estadístico o científico.

    Recalco: yo apoyo completamente su propuesta, pero carezco de un estudio o datos debidamente recabados que nos digan por qué sería bueno suprimir el mentado cambio de horario, o por qué era malo en su defecto.

    El estilo populista de Andrés Manuel lo pone siempre del lado del sentimiento popular y, dado que el Horario de Verano siempre genera repudio en una amplia clase trabajadora mexicana, es fácil adoptar una postura mayoritaria.

    No dudo que haya buenísimas razones para decirle adiós a los cambios de horario. ¿Por qué entonces el gobierno no es capaz de presentarlas, más allá de la improvisada argumentación que AMLO pueda esgrimir en una mañanera?

    Quiero decir que, por una vez y sólo para ver qué se siente, sería deseable que un cambio se adoptara por razones fundamentadas en hechos, en datos, en un informe técnico y no en el discurso y la ideología; en las fobias de nuestro gobernante en turno o en la aquiescencia o el rechazo popular.

    Insisto que buenas razones para eliminar el cambio de horario debe haberlas, pero también debe haber buenas razones para que se haya implementado y prevalecido durante todos estos años. Y todos tendremos algo que opinar o suponer al respecto. Pero ninguna opinión puede jamás contra el aplastante peso de la verdad.

    Ojalá, por una sola vez en este sexenio, una sencilla transformación, estuviese debidamente justificada, en un estudio serio y no en los macuspanos cojones de quien dice tener la verdad del pueblo.