La distopia obradorista y la normalización del narco

Por Efraín Klériga

  • Tan malo y desvergonzado es AMLO, que hay quien pide regresar a la corrupción de Peña o la ineficacia de Calderón.

Para lograr plasmar la distopia en que va convirtiendo a México, Andrés Manuel López Obrador usará la ley como macana, amenazará, mentirá, insultará y lo que le sigue.

A 27 meses para culminar la administración, sus planes han aterrizado en tremendos y costosísimos fracasos, pagados con vidas y patrimonio y una imperdonable retrogradación social e institucional.

Tan malo como el aumento de la pobreza, el retroceso de décadas en salud, el vuelco doctrinario de la educación, es la normalización de la delincuencia organizada y su incontenible avance.

Ciertamente los carteles escalaron su violencia a partir de 2007, y Calderón no ganó su guerra y, Peña nadó de muertito, pero López ya los hizo parte del plan sexenal.

Desde hace más de una década las actividades de la delincuencia organizada incluyeron junto al trasiego de drogas, el secuestro, la trata, el comercio humano y la esclavitud laboral.

Al menos desde 2010 en Michoacán, Tamaulipas, Veracruz, la extorsión o el llamado cobro de piso se convirtió en un amargo gravamen para casi todos los comercios o despachos.

Pero ahora suma ya otras muchas «industrias extractivas» que incluyen a los sindicatos, «licencias agropecuarias», venta de cargos políticos y, la vigilancia de los procesos electorales.

Quienes hayan viajado por carreteras secundarias en la última década saben que la delincuencia pone en «sus regiones» retenes para robar, extorsionar, secuestrar migrantes o detectar antagonistas.

A nadie sorprendió, pues, que en la carretera entre Badiraguato y «Guadalupe y Polvo» (Como le apodan en Chihuahua) haya un retén del grupo, el que sea que se sienta dueño de esa región.

Lo sorprendente fueron los exabruptos y mensajes cifrados que resultaron escandalosamente reveladores, y muestran maridaje con capos de cara a los comicios del 5 de junio.

Al llamado triángulo dorado, ruta para el trasiego de enervantes, alcaloides y opiáceos, con desvergüenza, Obrador pidió llamarle «Triángulo de la gente buena y de la gente trabajadora».

Luego enfureció cuando un medio destacó que en plena gira presidencia hubo un retén delincuencial que paró a periodistas y les pidió identificarse, lo que hicieron, pues, de hecho, la maña era la autoridad.

«¡Un escándalo! ¿no? Por un retén… Esa era la nota principal… Y difundir de que hay acuerdos con la delincuencia. Pues no, tuve que decir que yo no era Calderón», dijo y enfatizó su jingle: «no somos iguales».

Fue su cuarta visita a Badiraguato desde que asumió la presidencia, la segunda, en marzo de 2020, también «supervisando el camino», rindió pleitesía a la mamá de Joaquín Guzmán Loera.

Así, el presidente que no recibe a madres de desaparecidos, a deudos de ejecutados, encuentra justificación para saludar a la matrona Guzmán y para recriminar a la prensa por señalar el retén del grupo que le dio protección.

Experto en aplaudirse solo y condenar a todos los que disientan o tengan una visión distinta diferente, López se ha inventado la excusa de un supuesto complot neoliberal contra el cual, el pobrecillo, lucha incansable.

Así, al reventado Insabi, al fracasado Banco del Bienestar, al aeropuerto que pone en peligro la aeronavegación, al tren que rapa la selva, el macuspano suma la narco política.

Con desvergüenza, López, califica de mercenario a cualquiera que haciendo uso de su derechos constitucionales se oponga a la barbarie con las que realiza obras y actos de gobierno.

Pero a 27 meses para la fecha fatal o el Golpe de Estado o la asunción de un títere, el tabasqueño es ya un descarado narcopresidente que atiende lo que le deje poder, y desatiende, lo que sea republicano.